EL PLACER DE LEER
El secreto
-¿Sabes un secreto? -le dijo ella a media voz. Él se ruborizó sin saber por qué. Cada vez que ella lo miraba de aquella manera su corazón palpitaba rápidamente y le costaba respirar. A veces pensaba la cara de bobo que tendría que ponérsele y si ella se daría cuenta del poder que sus palabras y sus actos tenían sobre él. -¿Qué pasa? -continuó ella-. ¿No quieres saber mi secreto? Él tragó saliva y se encogió de hombros como quien no quiere la cosa. -Si tú quieres contármelo... -Pues es tu día de suerte -lo interrumpió ella. Era una charlatana. Siempre lo interrumpía y hablaba y hablaba sin parar. Pero esto no lo irritaba. Muy por el contrario, lo aturdía y complacía al mismo tiempo-. Ven, ven, acércate -dijo ella haciéndole un ademán con la mano. Él aproximó la oreja a su boca con un nudo en la garganta. Las manos le temblaban tanto que por momentos pensaba que su almuerzo para el recreo, un bocadillo de pavo, resbalaría de sus manos y caería al suelo de la azotea, que era donde siempre iban los dos en el recreo porque se estaba a gusto y porque la altura de la azotea, que no tenía ni barandillas, les daba una sensación de libertad inexplicablemente atrayente, y más teniendo en cuenta que a los alumnos les estaba prohibido subir allí y siempre tenían que hacerlo a urtadillas. Pero era divertido. Quizá se debiera a que incumplir una normal como aquella haría que su cerebro secretara adrenalina, o algo así había dado en clase de biología, y era una sensación excitante, seductora y adictiva. Además, allí el aire siempre era más veloz y puro, y nunca venía mal respirar algo así. -Puedo volar -susurró ella rozando con sus labios la oreja de él. A él se le erizaron todos los vellos del cuerpo, pero a la vez se sintió decepcionado. ¿Qué creía que le iba a decir? ¿Que le gustaba? ¿Que lo quería? ¿Que lo amaba como él a ella? Una sonrisa irónica se hizo hueco entre sus labios. -Estás loca -sentenció él-. Ya sabía que lo estabas, pero no tanto. De aquí al manicomio. -¿No me crees? -preguntó ella frunciendo el ceño. Ella dejó en el suelo el tapper con su almuerzo y se aproximó al filo de la azotea. Empezó a hacer movimientos extraños, calentamientos, como aquel que se dispone a ejercer algún tipo de deporte y prepara sus músculos contra los calambres. De pronto ella levantó los brazos, después los puso en paralelo con el horizonte y flexionó las rodillas. De repente él sntió miedo. Aquella loca suya iba a tirarse desde la azotea para demostrarle que podía volar. La muchacha dio el salto justo en el momento en el que el chico dejaba caer su bocadillo al suelo y, asustado, se precipitó sobre ella, la agarró por un brazo y la trajo hacia sí. Estuvieron unos minutos abrazándose en silencio. Él con ella aún encima. -¿Estás loca? -dijo él-. ¡Podrías haberte matado! Ella sonrió. -¿Pero qué dices? ¿No te dije que podía volar? Estoy volando. ¿No ves que mis pies no rozan el suelo? Él era mucho más alto que ella, así que en su abrazo, ella se mantenía en el aire, como volando. -¿Y si no llego a tiempo? -preguntó él, sorprendido y a la vez irritado. Ella sonrió de nuevo. -Tú siempre llegas a tiempo. Él abrió los labios para quejarse, pero antes de que pudiera hacerlo ella se los selló con un dedo y susurró: -Y tú también puedes volar -dijo-. Te lo demostraré. Y así, sin aviso, plantó sus labios sobre los de él. Él cerró los ojos y sintió que realmente volaba. El aire era fuerte y frío. Un ráfaga de viento meció sus cabellos y una hermosa flor de azahar pasó volando por su lado, anunciando la llegada de la primavera.



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